Fernando Lugo, de obispo a presidente

JUAN JOSÉ TAMAYO 19/08/2008*

La presencia de obispos, teólogos, sacerdotes y religiosos en la vida política es una constante en América Latina desde los inicios de la conquista hasta nuestros días. Y no sólo ni siempre del lado de los colonizadores, sino con frecuencia del lado de los sectores marginados.

Casos emblemáticos de compromiso político liberador son el obispo Bartolomé de Las Casas y el dominico Antonio Montesinos. Numerosos fueron los clérigos que, a principios del siglo XIX, tradujeron políticamente los ideales evangélicos de libertad y justicia, y lideraron las luchas por la independencia en los diferentes países latinoamericanos.

Un nuevo impulso al compromiso político de los teólogos, sacerdotes y obispos proviene del cristianismo revolucionario latinoamericano en la década de los sesenta del siglo pasado. Fue entonces cuando muchos sacerdotes se incorporaron a los movimientos de liberación junto con otros militantes revolucionarios. Durante la década de los ochenta sacerdotes y teólogos asumieron responsabilidades políticas en gobiernos constituidos
tras el derrocamiento de regímenes dictatoriales. Es el caso de tres sacerdotes que participaron en el Gobierno del Frente Sandinista de Nicaragua tras la caída del dictador Somoza: Miguel de Escoto, miembro de la Congregación Maryknoll, como ministro de Asuntos Exteriores; Ernesto Cardenal, poeta y monje trapense, como ministro de Cultura, y Fernando Cardenal, jesuita y hermano del anterior, como ministro de Educación.

En su viaje a Nicaragua el papa Juan Pablo II afeó la conducta de Ernesto Cardenal con un gesto público de desaprobación. Pero Ernesto, fiel a su conciencia y al compromiso político asumido, continuó al frente del Ministerio de Cultura trabajando por la educación popular. Más difícil lo tuvo su hermano Fernando, a quien la Compañía de Jesús le comunicó
que no podía seguir en la política activa como jesuita. «Es posible que me equivoque siendo jesuita y ministro -respondió-, pero déjenme equivocarme en favor de los pobres, porque la Iglesia se ha equivocado durante muchos siglos en favor de los ricos».

En la década de los noventa destacó por su actividad política el salesiano haitiano Jean Bertrand d’Aristide, quien, en sintonía con la teología de la liberación, ejerció su ministerio sacerdotal en una parroquia pobre de Puerto Príncipe y participó activamente en el
derrocamiento de la dictadura de Duvalier. En diciembre de 1990 fue elegido presidente de Haití con el 67% de los votos colocando entre sus prioridades la erradicación de la pobreza y la dignificación de los sectores populares con las que estaba comprometido desde su época de sacerdote. Fue derrocado por un golpe militar y posteriormente
rehabilitado. Sin embargo, poco a poco fue cambiando de estilo de vida y distanciándose de las opciones liberadoras del comienzo.

Ahora es Fernando Lugo, ex obispo de San Pedro, una de las regiones más pobres de Paraguay, quien accede a la presidencia de la República tras su triunfo electoral en abril de 2008. Hasta llegar aquí, su trayectoria ha estado marcada por la inserción en el mundo de la exclusión, teniendo como guía religiosa la teología de la liberación, como referente social las Ligas Agrarias de su país, como horizonte ético la opción por los pobres y como vía de conocimiento de la realidad las ciencias sociales. Un importante aval es su larga experiencia en el compromiso con los pobres y con los movimientos sociales, primero como maestro de escuela en un lugar marginal de su país, luego como misionero en una de las zonas más depauperadas de Ecuador, después como estudiante de sociología en Roma, y finalmente como obispo en la diócesis de San Pedro, donde mostró su apoyo
a las luchas de los campesinos sin tierra en una época de fuertes conflictos.

Hace tres años renunció al episcopado para dedicarse a la política, y el Vaticano le suspendió a divinis. Como candidato a la presidencia al frente de la Alianza Patriótica para el Cambio logró derrotar al Partido Colorado, que llevaba más de sesenta años en el poder. Tras su triunfo resumía así su programa de gobierno: «A partir de hoy, mi gran catedral será todo mi país. Hasta ahora estuve en una catedral enseñando, compartiendo, sufriendo, construyendo. Hoy me pongo a disposición de todos los ciudadanos de Paraguay para construir desde la política esa nación que nos merecemos todos los paraguayos, una nación más justa y fraterna, reconciliada, donde la justicia no sólo sea un objeto de lujo para algunas personas, sino para todos y todas por igual».

Para ello ha tenido que caer, según sus propias palabras, en una herejía, la de seguir a Jesús, que parece incompatible con el ejercicio del poder. Lugo reconoce que muchas veces los políticos usurpan el poder o se aferran compulsivamente a él y cree que el poder es un proceso de construcción ideológica. Pero él ha optado por construirlo desde abajo, a partir de la realidad sangrante, desafiante de miseria, pobreza y exclusión en que
viven los pueblos de América Latina.

*Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de
las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Para
comprender la teología de la liberación (Verbo Divino, Estella, 2008).


Diario El País