UN BRINDIS POR BENEDETTI

Sírio López Velasco

No por esperada la noticia es menos brutal. Ha muerto Benedetti. Una travesura más de la muerte y otras sorpresas. Con él se va la expresión literaria del uruguayo de clase media que decide unir su suerte a la de los pobres de la tierra. Siempre lúcido, porque “la eternidad es un engañabobos, como Dios y el infierno y los profetas”. Tímido al punto de avergonzarse del sentimiento. Discreto como la tristeza, a la que brindó, pues “es un modo discreto de brindar por la vida”. Con “miedo a la muerte y miedo a la vida”, y “miedo al coraje”. Con “el fardo de las dudas”. Pero al mismo tiempo con una “pesadilla llamada optimismo” y “el invicto centímetro de las duras lealtades”. Sólo una vez hablé cara a cara con Benedetti. Allá por el prehistórico 1974 nos recibió en el “Habana Libre” un hombre de voz baja y ojos saltones de niño, que se escudaban tras el bigote. Entre una copa de agua de la jarra, porque la de la canilla (que en España llaman grifo) salía salada, y dos comentarios sobre el cansancio del viaje, fue sacando de su valija, como si de un juguete se tratase, los cassettes que la Dirección del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros – enviaba desde Buenos Aires a los compañeros que estaban en Cuba. Traían los presagios de una lamentable ruptura. Benedetti lo sabía, pero no dijo nada, fiel a su estilo (“mi mundo es un secreto para el mundo y no tolera ni augurios ni testigos”), que también le impidió comunicar que estaba allí para integrar el jurado de Casa de las Américas. Hoy, ante “el espejo que va agregando arrugas y otras huellas de los engaños y tristezas”, pero que también nos devuelve cada día la utopía de un mundo libre de las taras del capitalismo (sueño encarnado en Nuestra América que otra vez, como cada cien años, despierta en balbuceos ecomunitaristas), a su poema “Brindis”, agrego otra libación: por Benedetti!


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